miércoles, 18 de julio de 2007

Ciencias sociales y humanas e iglesia: un convenio psicosocial necesario: línea argumentativa del trabajo psicosocial en instituciones eclesiales.

Autores: Marco A. Turbay
Jean D. Polo
Leonardo Celis

Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia dio un giro total en su que-hacer. El aggiornamento la llevó a hacer una lectura renovada de los problemas del hombre contemporáneo a la luz del Evangelio y, por lo tanto, a plantearse nuevos retos acordes a las demandas del mundo de hoy.

Pensar en complementar con elementos investigativos y de formación psicosocial a las instituciones religiosas se hace relevante socialmente; la razón yace en que los aportes que las ciencias sociales podrían dar al respecto serían sustanciales para sus propósitos de evangelización al interior y exterior de sus instituciones eclesiales.

Tradicionalmente se ha definido la diferencia que existe entre la Fe y la Razón, pero se ha malinterpretado como si fuesen, por la diferencia de sus métodos e intereses, dos fuerzas incomplementables; sin embargo, la tendencia a encontrar en algunos vértices de encuentro es mayor hoy día, por el hecho de que la Ciencia Social brinda intereses diversos desde el cual el conocimiento de una comunidad y su respectiva intervención en ella puede darse sobre garantías mayores.

Cuando se habla de garantías, se hace referencia al hecho de reconocer las competencias o habilidades que un religioso debería desarrollar desde su proceso de formación con el fin de lograr las metas que desde su institución eclesial se ha trazado, y poder llenar las expectativas sociales que sobre ésta recae a nivel local, y Universal respecto a el crecimiento y fortalecimiento de la comunidad creyente. Las competencias de las cuales hablamos cubren diversos escenarios, van desde el ejercicio de la docencia o ser maestro de formación en los postulantes, a ser misionero o párroco en una Iglesia de su contexto cultural, o incluso por fuera de éste, implicando en ocasiones realizar y/o desarrollar su vocación por fuera del país nativo.
“Así es manifiesto que la actividad misional fluye íntimamente de la naturaleza misma de la Iglesia, cuya fe salvífica propaga, cuya unidad católica realiza dilatándola, sobre cuya apostolicidad se sostiene, cuyo afecto colegial de Jerarquía ejercita, cuya santidad testifica, difunde y promueve”.
Por ello la actividad misional entre las gentes se diferencia tanto de la actividad pastoral que hay que desarrollar con los fieles, cuanto de los medios que hay que usar para conseguir la unidad de los cristianos. Ambas actividades, sin embargo, están muy estrechamente relacionadas con la acción misional de la Iglesia.” (http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19651207_ad-gentes_sp.html)


En este orden de ideas, la conveniencia de esta propuesta se justifica desde dos complejos frentes: el proceso de formación, entendido éste como complemento de selección de postulantes, diseño y aplicación de proceso formativo por competencias y seguimiento y retroalimentación del proceso de formacional vocacional, en donde se incluye un proceso teórico práctico de capacitación investigativa en el trabajo social al cual se debe responder en cada contexto. Y el otro, asesoramiento investigativo e interventivo dirigido hacia las comunidades a las que presta su servicio de evangelización las instituciones religiosas.

Así, se propondría no solamente un proceso de formación y asesoría en la comunidad, sino que desde el primer frente se garantizaría el seguimiento de una tradición en formación investigativa que le generaría a la comunidad una autonomía a mediano plazo respecto a él. De esta forma, quienes se preocupan por trabajar por la comunidad, como lo somos los pertenecientes a las ciencias sociales, y quienes, como ustedes, desde las Instituciones Eclesiales, anhelan como nosotros a ver un mundo más fraternal, menos egoísta, capaz de organizarse constructivamente en procura de su bien y del bien común, encontramos en la unión de nuestras fuerzas una estrategia poderosa de potencializar nuestros deberes o misiones con la sociedad.

“Pues aunque el Señor puede conducir por caminos que El sabe a los hombres, que ignoran el Evangelio inculpablemente, a la fe, sin la cual es imposible agradarle, la Iglesia tiene el deber, a la par que el derecho sagrado de evangelizar, y, por tanto, la actividad misional conserva íntegra, hoy como siempre, su eficacia y su necesidad.“ (http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19651207_ad-gentes_sp.html)


Existe, alternamente, un sustento teórico de toda esta idea, y es la inclusión de metodologías investigativas y modelos teóricos de desarrollo propios de nuestros contextos latinoamericanos. Estos son: Educación popular de Paulo Freire, Brasil; Investigación Acción participación de Orlando Fals Borda, Colombia; Reconstrucción histórica de aportes en el desarrollo de comunidades, Maritza Montero, Venezuela; entre otros. El sustento y el propósito común de esta unión de fuerzas, radica en el concepto de ciudadanía. Aunque nuestros propósitos se encuentren separados por propósitos y metas institucionales distintas, se encuentran en el afán de aportarle a las localidades donde laboramos un ciudadano comprometido con su contexto cultural, físico, y religioso.

De esta manera, esta idea que no está distante de los intereses y los cánones religiosos, se propone encontrar formas de vinculación interinstitucional entre Iglesia y sociedad civil que permita una manera de definir estos encuentros para que sean reconocidos por la comunidad. Esto redundaría en una forma actualizada de promover un credo, exaltando la capacidad cooperativa de las instituciones. Estas relaciones podrían además de todo, crean representaciones sociales y generar la construcción de significados contextualizados sobre la religiosidad, beneficiando a quienes defienden las instituciones que los representan en una actitud comprometida de los fieles que la integran, y de la comunidad que la conforma.

“El hombre y el mundo están en constante interacción: no pueden ser entendidos fuera de esta relación, ya que el uno implica al otro. "Como un ser inconcluso y consciente de su inconclusión, el hombre es un ser de la búsqueda permanente. No podría existir el hombre sin la búsqueda, como tampoco existiría la búsqueda sin el hombre" . Solamente manteniendo esta interacción se puede apreciar la verdad del mundo y del hombre, y a la vez comprender que la búsqueda real sólo se lleva a cabo en comunión, en diálogo y en libertad.” (http://www.nodo50.org/sindpitagoras/Freire.htm)

De igual manera puebla dice:

“Nuestro mensaje, por lo mismo, se siente iluminado por la esperanza. Las dificultades que encontramos, los desequilibrios que anotamos, no significan señales de pesimismo. El contexto socio-cultural en que vivimos es tan contradictorio en su concepción y modo de obrar, que no solamente contribuye a la escacez de bienes materiales, en la casa de los más pobres, sino también, lo que es más grave, tiende a quitarles su mayor riqueza que es Dios. Esta comprobación nos lleva a exhortar a todos los miembros conscientes de la sociedad, para la revisión de sus prouectos y, por otra parte, nos impone el sagrado deber de luchar por la conservación y profundización del sentido de Dios en la conciencia del pueblo.” (http://www.mscperu.org/biblioteca/1magisterio/america_lat/blPuebla.htm)


Las implicaciones prácticas de esta propuesta además de la mencionada en el párrafo anterior que se deriva del mismo argumento teórico, se sugiere poder tener comunidades diagnósticadas y reconocidas por la parroquia que las represente. Estos datos, a nivel cuantitativo pero también cualitativo se hacen pertinentes a la hora de crear canales de retroalimentación entre el representante de la iglesia ante ellos, y la gente misma. De esta manera se logra actualizar vincular a los fieles a la Iglesia, y no alejarlos. Acostumbramos a sacar muchas conclusiones desde el sentido común respecto a la actitud de los fieles respecto de la comunidad: “los tiempos no son los mismos”, “los jóvenes de hoy no les importa Dios”, “las personas han perdido los valores”. Pero aunque algunas de estas afirmaciones sean en parte ciertas, nada ganamos si no conocemos a fondo el origen de su formación.

Desde la psicología social política se dice que las condiciones sociales bien definidas tienen implícita su solución. Así que las preguntas que a continuación aparecerán son algunas que respondemos desde ese sentido:

¿Quiénes son mis fieles?, ¿Cuántos habitantes existen en mi sector poblacional?, ¿Cuáles de ellos son devotos?, ¿Cuales no son devotos?, ¿Hacia cuáles credos o prácticas religiosas tienden los que no son pertenecientes a mi parroquia?, ¿Qué los motiva a ello?, ¿Qué los desmotivó o desmotiva a pertenecer a mi parroquia?, ¿Qué significados y/o representaciones sociales existen en torno a la religiosidad?, ¿Cómo piensan los jóvenes la religión?, ¿Qué sienten y de qué manera se proyectan?, ¿Qué espacios existen en la parroquia para desarrollar y promover las competencias de futuros sacerdotes?.

Estas son tan sólo algunas de las muchas preguntas que con metodologías acertadas se pueden responder con la comunidad, de manera que se pueda involucrar a la misma en su desarrollo y así tener una comunidad consolidada, y no un conjunto de individuo que por razones tradicionales familiares se encuentran en las festividades más importantes. De este modo, se aplican dos conceptos de las ciencias sociales en el proceso que se pretende: uno, que hace referencia a la capacidad de los miembros de una comunidad a reconocerse como tales, y mantener la consciencia de que su acto personal tiene un influjo directo o indirecto sobre la comunidad que lo representa, siendo por tanto, una consecuencia de estos trabajos que dichos miembros se hagan responsables socialmente de sus actitudes religiosas. Y por otra parte, se encuentra el concepto de sociogestión, por el hecho de que una comunidad pueda desde su interior buscar una mejor promoción de sus motivos de unión.
El documento de Santo Domingo nos exorta:

Líneas pastorales:

|p180 180. - Asumir con decisión renovada la opción evangélica y preferencial por los pobres, siguiendo el ejemplo y las palabras del Señor Jesús, con plena confianza en Dios, austeridad de vida y participación de bienes.

- Privilegiar el servicio fraterno a los más pobres entre los pobres y ayudar a las instituciones que cuidan de ellos: los minusválidos, enfermos, ancianos solos, niños abandonados, encarcelados, enfermos de sida y todos aquellos que requieren la cercanía misericordiosa del "buen samaritano".
- Revisar actitudes y comportamientos personales y comunitarios, así como las estructuras y métodos pastorales, a fin de que no alejen a los pobres sino que propicien la cercanía y el compartir con ellos.
- Promover la participación social ante el Estado, reclamando leyes que defiendan los derechos de los pobres.
|p181 181. - Hacer de nuestras parroquias un espacio para la solidaridad.
- Apoyar y estimular las organizaciones de economía solidaria, con las cuales nuestros pueblos tratan de responder a las angustiosas situaciones de pobreza.
- Urgir respuestas de los Estados a las difíciles situaciones agravadas por el modelo económico neoliberal, que afecta principalmente a los más pobres. Entre estas situaciones es importante destacar los millones de latinoamericanos que luchan por sobrevivir en la economía informal.” (http://www.mscperu.org/biblioteca/1magisterio/america_lat/bl_stodomingo.htm)

Y por último, las implicaciones metodológicas de este tipo de procedimientos involucra a la comunidad en todos sus momentos: conocimiento o diagnóstico, creación del plan de actividades, acción o realización de dicho plan y seguimiento y evaluación del mismo. De esta manera, al generar procesos participativos la fraternidad se convierte en eje de los mismos, y en espacio de la promulgación de dicho valor eclesial universal. En consecuencia de lo anterior, como valor agregado del mismo procedimiento, resultará más económico el hecho de que la misma comunidad participe porque serán ellos, con asesoría del equipo investigador, los que ejecuten las metas trazadas. Cabe resaltar que cuando se habla de diseño y planeación, todos estos componentes deberán llevar los contenidos e intereses de la formación propia a cada institución eclesial, y este criterio se convierte en un eje central de la validación de los proyectos que se construyan: el consenso y la contextuación.

“Cuando se habla de las personas que viven en contextos de pobreza surgen conceptos que describen algunas características dramáticas de su forma de vida, como exclusión, privaciones, necesidades básicas insatisfechas, mortalidad, carencia de servicios básicos, hacinamiento, riesgos psico – sociales, sufrimiento y situaciones indignas de la condición humana.

Pero a pesar de todas estas adversidades, las personas elaboran formas de vida en las cuales se privilegian conductas que los países ricos han ido perdiendo, tales como la solidaridad, la socio – gestión, la cooperación, el altruismo y la profundización del vínculo social.” (http://revista-redes.rediris.es/webredes/textos/infancia.pdf)

La Orden de San Agustín inició igualmente un vasto proceso de transformación. La nueva lectura de la realidad la condujo a apostar por un proyecto de Iglesia y de Orden que se cimentara desde cada realidad local y, en el caso de Colombia, desde el sentir latinoamericano, orientado ya desde Puebla y Santo Domingo, y el que arrojara reflexiones y frutos desde la OALA.

La Iglesia Universal y la Orden hallaron en Latinoamérica y su realidad un campo fértil de acción y de proyección Evangélica. Los signos de los tiempos invitaban ahora a dar respuesta a un Cristo que se hacía vivo en cada hermano.

La razón de ser de los Agustinos, en palabras de San Agustín, se sintetiza en dos elementos: “otium sanctum” y “negotium iustum”; es decir, una vivencia complementaria y dinámica de la espiritualidad y el apostolado desde la experiencia cenobítica. De este modo, la vivencia comunitaria es el fermento y soporte en el que contemplación y acción se articulan y se constituyen en los ejes en torno de los cuales se proyecta la comunidad a las exigencias del mundo contemporáneo, haciendo eco del propio carisma y de su constitución eclesial.

De este modo, fortalecer la experiencia comunitaria, razón de ser de la espiritualidad agustiniana, así como su proyección apostólica son siempre prioridades para la Comunidad agustiniana. De hecho, la orden ha trabajado, y lo hace actualmente, con comunidades, para brindarles bienestar más allá del estricto aspecto espiritual. Esto, como cabe esperar, es el resultado de años de trabajo y mucho esfuerzo, además de ser el producto de una relación fundada en tal concepción del funcionamiento comunitario que permite una interacción fructífera y eficaz.

Ahora bien, la comunidad, aun cuando supone la existencia de una red de interrelaciones y de una unidad en la diferencia, sabe reconocer la heterogeneidad de sus miembros y, por tanto, el conflicto básico que subyace a toda sociedad. La implementación de estrategias complementarias en la formación personal y comunitaria supone un recurso enriquecedor de la dinámica de los hermanos. Herramientas probadas y eficaces, desarrolladas desde la psicología, podrían contribuir a este proceso de formación para el trabajo comunitario.

Dentro del trabajo pastoral, por ejemplo, se pueden implementar herramientas desarrolladas desde la psicología social que brinden elementos que posibiliten un mayor impacto en cada una de las unidades pastorales. El desarrollo de un estudio de caracterización parroquial puede permitir identificar fortalezas y debilidades en cuanto a la dinámica que esa comunidad presente, de modo tal que sea posible responder de manera adecuada a las exigencias, que quizá son diferentes respecto de las demás comunidades.

De otro lado, actualmente la iglesia, además de una carencia de vocaciones religiosas y sacerdotales, afronta una importante crisis en su feligresía. Es cada vez mayor el número de sectas que encuentran más y más adeptos, lo que reduce el número de católicos. Ante este fenómeno, la iglesia ha desarrollado nuevas estrategias de evangelización, con el fin de revitalizar la opción católica.

Frente a esta realidad cabe preguntarse cuáles serían las posibles explicaciones que nos permitan dar cuenta de este fenómeno. Algunas se orientan hacia elementos de la cultura, otras a debilidades de la propia Iglesia y otro grupo hacia las estrategias de promoción y formación al interior de las comunidades.

Es preciso cuestionarse hasta qué punto las propuestas de promoción y formación están siendo eficaces. Quizá su impacto sea comparativamente mayor en relación con otras comunidades religiosas o con la misma en otras regiones o países. Sin embargo, ello no implica que no sea susceptible de ser mayor.

La psicología posee herramientas y recursos lo suficientemente eficaces y acertados que, articulándolos de manera estratégica a este proceso, pueden aportar una valiosa contribución en beneficio de la dinámica de la comunidad y su proyección apostólica.

Cuando hablamos de formación no nos referimos solamente al período comprendido hasta la profesión solemne o la ordenación sacerdotal, sino a una formación permanente que vele por el crecimiento y desarrollo integral de los hermanos. Una formación integral, esto es, que no descuide aspectos que influyen en el desarrollo personal que requiere el agustino. Se estaría hablando, por ejemplo, del desarrollo de competencias necesarias para el trabajo y la convivencia comunitarias. Aspectos que enriquecen y revitalizan la opción católica.

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